viernes, 11 de octubre de 2013

El armiño y la cierva (Cervantes)

    En el castillo de Doiras vivía un caballero de nombre Froiaz, con sus dos hijos: Egas y Aldara. El hijo de otro señor de un castillo vecino se enamoró de Aldara. Su amor fue correspondido y, pareciéndoles bien a sus padres, la boda se anunció. Una tarde Aldara desapareció del castillo. Padre y hermano, criados y escuderos, el mismo enamorado acompañado de su gente,  fueron en su busca por montes y bosques, por pallozas y caseríos... Después de algunos días de búsquedas infructuosas, dieron por definitiva la pérdida de Aldara, pensando que estaría muerta por algún jabalí, algún oso o devorada por los lobos.

    Un día Egas, estando de cacería, observó una hermosa cierva blanca. De un disparo único y certero acabó con la vida del animal, pero no se diera cuenta de que era imposible llevarla hasta el castillo por su peso excesivo (también puede ser porque la nieve dificultaba la tarea), así que cortó la pata delantera de la cierva (para señalar que el animal le pertenecía, o para poder mostrar un trofeo que diera cuenta de su hazaña).

    Cuando le fue a mostrar a su padre la pata de la cierva, contándole su éxito, asustados, vieron como Egas sacaba de la bolsa una mano; una mano fina, blanca y suave; una mano de doncella hidalga. Y en uno de los dedos de esa mano relucía un anillo de oro con una piedra roja. Padre e hijo se fijaron que aquel era el anillo de Aldara. 

    Con tristeza corrieron monte arriba, hacia el lugar donde Egas le diera muerte a la cierva. Allí encontraron, tendido en el suelo, el cadáver de Aldara, a quien le faltaba una mano.

    Según lo que dice la leyenda algún "mouro" debió encantarla en una cierva, y la muerte se encargó de volverla a su estado natural de doncella. Pero nunca pudo saberse la razón.   


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