Hay una leyenda que habla de las misteriosas y profundas aguas del río Sil, en la Ribeira Sacra, en la provincia de Ourense, como un lugar de intrigantes cuevas y pasadizos, amores imposibles y seres mitológicos que habitan en sus profundidades.
Cuanta la leyend que la hija de un noble de Quiroga le gustaba recorrer los montes de los alrededores vestida con ropas vulgares, con el objetivo de pasar desapercibida entre la gente humilde.
En una tarde de otoño encontró en uno de sus paseos a un joven cazador, que venía de cazar un ciervo con nu ballesta. La doncella, cuya hermosura según se cuenta era la de un hada, se dio a conocer como perteneciente al castillo de Quiroga, mientras que el joven lo hizo como vasallo del señor de Osorio, de Castro Caldelas. Mismamente, la belleza de ambos hizo que se enamoraran en ese mismo instante el uno del otro. Éstes acordaron mantener más encuentro.
Aquellos encuentros tenían lugar a orillas del Sil y al hacerse frecuentes llegaron a oídos del padre de ella. Don Pedro de Quiroga, que así se llamaba, consideraba a los de Castro Caldelas sus adversarios e indignos de pretender a su hija, motivo por el cual le prohibío volver a ver al chico cazador.
A pesar de todo, los enamorados se encontraron otra vez en seguida, puesto que había un pasadizo que comunicaba el castillo de Quiroga con un túnel que pasaba por debajo del río Sil y llegaba hasta el castillo de Castro Caldelas. Sin embargo, el padre de la chica se dio cuenta rápido de lo que pasaba y considerándolo un ultraje decidió imponer un castigo a ambos chicos.
Así, una vez que los amantes entraran dentro del pasadizo para correr uno a los brazos del otro, el padre de ella mandó a sus hombres cerrar las dos entradas del túnel con una gran cantidad de rocas para que éstas no se pudieran volver a abrir.
De esta forma, se quedaron, bajo las aguas del río Sil, los amantes para siempre.
De ellos también cuenta la leyenda que fueron progenitores de las lavandeiras, esos seres mitológicos que la creencia popular sitúa en las aguas de este río, y de las que se cree que lavan y pulen las pepitas de oro que el río Sil deposita en su lecho.
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