Esta leyenda cuenta que en la población de Francos, hay un
pozo situado junto el río Miño que tenía una trucha en su interior, por eso era
conocido por la gente por el “Pozo da Troita”. Y resulta que la trucha subía
todas las semanas al pueblo para comer, y si no había nada que llevarse a la
boca se comía un hombre, así que nadie se acercaba por el citado pozo, pues
primeramente convertía a los aldeanos en cerdos flacos para ingerirlos con
mayor facilidad.
Quien sacaba provecho de todo esto era el herrero, ya que
todos los miércoles la trucha subía hasta su fragua para que le rascase las escamas
del dorso con un rastrillo de hierro, pues tenía la piel llena de granos y eso
le aliviaba, y recompensaba al buen hombre con un saco de monedas de oro por
ese servicio.
Pero cierto miércoles el vecino más valiente de la
aldea se fue al pozo y vació dentro de él una garrafa de ácido fórmico
mientras la trucha estaba en la herrería con sus picores, y así cuando volvió y
se introdujo en el pozo se le quemó la piel y el estómago, desapareciendo para
siempre.
Los vecinos aún temen que salga del pozo y,
enfadada, la trucha se coma a todos ellos.
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